Cómo me enseñó la Burbuja a vivir y comer con atención plena (Parte 1)
Como toda futura madre primeriza, me preparé lo mejor que pude. Leí todo lo que encontré en partos, lactancia, crianza, alimentación y educación. Vi videos, interrogué amigas y medité. Me sentía lista para enseñarle a esta niña cómo vivir, alimentarse sanamente y ser feliz. Porque yo estaba segura que así era: yo le iba a enseñar a ella.
Cuando nació la Burbuja, yo llevaba 8 años de ser una oficinista absoluta, como decimos en México, una godinez. Trabajaba con horario, usaba tacones y maquillaje, revisaba mi correo 700 veces al día y pasaba unas 10 horas diarias sentada. Mi salud y mi cuerpo también eran godinez: desayunaba cualquier cosa que pudiera comer en el coche, bebía café en grandes cantidades, comía en la oficina y llegaba a mi casa a bajarme el estrés con papitas y mucha salsa.
Te imaginarás mi sorpresa cuando la chamaca nació con horario de Taiwan: sueño pacífico durante el día, juego y conversaciones durante la noche. ¿A qué edad aprenden a leer el reloj?
Mis intentos por que tuviera un horario, se durmiera en su cuna y me dejara bañarme antes de la puesta del sol resultaron fallidos. Viví unas semanas espantosas tratando de enseñarle la hora y reglas básicas de educación.
Ella me quería enseñar otra cosa y yo no lo veía. Acababa de parir a mi propia maestra de atención plena (mindfulness), y los trancazos para darme cuenta estuvieron tremendos. Aquí te dejo la primera parte de algunas de las cosas que la Burbuja Zen me ha enseñado.
- Ritmo de la naturaleza
Con la recién nacida comiendo cada diez minutos, rápido noté que mi sueño de control era una ilusión. Primero dejé que se durmiera en mi cama, después acepté que las siestas en mis brazos eran mejores, luego dejé de fijarme cuántas tomas de leche hacía y por último guardé mi reloj.
Solté mi ritmo robótico y empecé a vivir en el ritmo de la naturaleza.
Cuando nos despertábamos estaba bien, cuando nos daba hambre estaba bien, cuando lográbamos salir estaba bien, cuando las cosas se complicaban y no lográbamos nada también estaba bien. Cada vez me resultaba más difícil reunirme con mis amigas trabajadoras así que poco a poco fui quedándome sola. “Me zambullí en las aguas puerperales”, como diría Laura Gutman. Pasábamos el día entero solitas, juntas, sin hacer gran cosa. Su cuerpo y el mío se entendieron rápidamente, me acostumbré a tener un bultito pegado a mí las 24 horas del día.
- Curiosidad para descubrir nuestros alimentos
Y un día la Burbuja empezó a probar otras cosas de comer. Ahí fue que entendí de verdad lo que es comer con atención plena. Yo llevaba un rato practicándolo pero la Burbuja Zen tenía otro nivel.
Nunca le di papillas, seguimos el formato de BLW y comía lo mismo que yo iba a comer. Al principio se tardaba un siglo averiguando cada cosa nueva que había en su charola: la veía, la tocaba, la destruía, le pegaba contra la charola para ver si hacía ruido, la masticaba, la escupía, se la embarraba en la frente… era divertidísimo observarla descubrir cada alimento nuevo y ver sus caras de sorpresa ante cada nuevo sabor, olor, sonido, textura. (De acuerdo, la limpieza en esta etapa no es tan divertida como el ensuciado, pero se acaba tan rápido que vale la pena).
Le tomé todos los videos del universo porque cada alimento nuevo era una aventura. Si, como todas la mamás primerizas, saturé mi teléfono en dos días.
- Hambre de la boca
Cuando la Burbuja tenía 8 meses fuimos de viaje a la boda de mi hermano. Ya comía algunas cosas, pero la mayor parte de su dieta era leche. Yo estaba nerviosa por que estaríamos en un país diferente, con comida diferente y horarios variados. La mini-maestra se la pasó feliz, probando la comida de todos los platos y sonriéndole a los extraños. Llegó el día de la boda y como parte del menú asaron un lechón durante horas en el jardín. Cuando estuvo listo lo fuimos a probar. Le di un pedacito de carne a la Burbuja y lo metió a su boca con sospecha. Lo masticó un poco y de pronto se le abrieron los ojos como si le hubieran prendido un foco por dentro. Se tragó el pedazo que le dimos y se aventó (literalmente) por otro, y luego por otro, y luego por otro. Le dio tal emoción que se empezó a chupar los dedos y la mano entera. Un recuerdo para la posteridad.
- Comer con hambre, dejar de comer cuando ya no hay hambre
Siguió creciendo. Cada vez entraba más comida en su estómago y menos iba a dar al piso. Yo ya comía comida caliente, con calma, sentada frente a ella. Le enseñé a decir “más” en lenguaje de señas y nos sirvió mucho. Procuraba tener en su charola un poco de todo y así ella podía decidir qué quería y qué no.
Cuando no quería algo también era MUY claro. De repente estaba emocionada masticando algo que le había gustado y en un instante se detenía, soltaba el pedazo a medio morder y dejaba de comer. Dos segundos antes estaba comiendo algo delicioso, y en cuanto se sentía satisfecha dejaba de comer y listo. No solo no se terminaba lo que había en el plato, ¡no se terminaba el pedazo! Así de precisa era su señal de saciedad.
- Investigar nuevas opciones
Esto de tener un público agradecido motiva muchísimo. Cada cosa nueva que probaba la Burbuja era una fiesta. Algún día leí que entre más sabores distintos prueben los bebés antes de los 2 años, es más probable que tengan una dieta variada de adultos, así que yo me esforcé. Cada semana íbamos al mercado y comprábamos cosas nuevas, diferentes y hasta raras. Su disposición a probar y descubrir me motivó a ampliar mi variedad de alimentos y de recetas.
No te pierdas la segunda parte de este post, porque te voy a platicar dos de las lecciones más fuertes en nutrición que he aprendido con la pequeña. Si quieres recibir el post (y todos los que vengan en el futuro) directo en tu e-mail, suscríbete a mi boletín electrónico.
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Categorías: Bebés, Crianza, Familia, Mindful eating, Mindfulness, Niños, Uncategorized
Escrito por Guadalupe Rozada
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