El hombre que se disfrazó de caja
La Madre Naturaleza hizo la tierra, el agua, el aire y el fuego. De ahí surgió la vida. Al principio sólo había un tipo de ser vivo. Todos se veían iguales, se reproducían y se comían por igual. Muy pronto el número de seres empezó a disminuir. Nadie quería comer, nadie quería reproducirse.
La Madre Naturaleza decidió crear la variedad. Hizo machos y hembras, animales y plantas con características diferentes, olores, colores y sabores. Pronto parecían todos adolescentes enamorados. Cada animal apreciaba y disfrutaba estar con otro diferente, conocer, probar y disfrutar.
El mundo era un paraíso. A donde uno caminara veía un abanico de formas y de colores, pudiendo llenar todos los sentidos.
Había hembras grandes y chicas, con curvas arriba, en medio y abajo. Había varones altos y pequeños, gordos y flacos, peludos como osos y pelones como cocos, con narices grandes y labios carnosos, y con rasgos finos como un niño. Había pieles claras, amarillas, cafés y tostadas, estampadas de lunares y lisas. Había ojos con pestañas pobladas y pestañas transparentes, cabezas con pelo lacio y chino, bocas de dientes blancos y dientes amarillos, labios rosas y labios morados, uñas en forma de almendra y uñas cuadradas, dedos delgados y dedos gruesos. Había piernas fuertes y piernas ágiles, brazos para cargar y brazos para abrazar, había pechos para alimentar y pechos para acariciar. Había ojos como telescopios y ojos como microscopios, había piernas que corrían y piernas que se sentaban, había corazones agitados y corazones calmados, bocas platiconas y bocas en silencio, cuerpos en movimiento y cuerpos quietos, manos delicadas para curar heridas y manos firmes para construir, voces fuertes para avisar de peligro y voces suaves para arrullar bebés, olores imperceptibles y olores intensos, sabores dulces, salados, ácidos.
La vida era maravillosa y todos disfrutaban. Cada ser sabía que era especial y que sus diferencias eran importantes y apreciadas. Nadie se sentía más o menos, todos eran únicos y aportaban sus diferencias al resto de la comunidad.
Pero un día todo cambió.
Un hombre enamorado de la luna se cayó de un acantilado y se pegó en la cabeza. Al despertar le dolía todo y se sentía confundido. Sus ojos no podían tolerar tantas formas y colores. Era demasiado. Se fue a encerrar a una cueva oscura hasta que se le ocurrió un plan. Tomó la corteza de una planta y se hizo un traje liso. No tenía color, no tenía curvas, no tenía olor ni pelaje. Era una caja. Salió disfrazado al mundo.
Pronto encontró alguien que se interesó en esa “nueva forma” y lo convenció de que se vistiera igual. Poco a poco empezaron a poblar el mundo vestidos de caja. Pasó el tiempo y la forma cuadrada empezó a ser más aceptada. De maneras sutiles todos empezaron a ver la estandarización como algo bueno y las diferencias como algo malo. Ahora todos querían taparse porque se sentían diferentes. Nadie quería ver brazos, caderas, pies, piernas, pechos o cabezas. Nadie tenía la forma de una caja de manera natural así que había que disfrazarse.
Verse iguales los llevó a querer pensar y sentir lo mismo por dentro. Algo imposible, claro, pero igual se intentó. Pronto todos fingieron estar de acuerdo, creer lo mismo y pensar lo mismo.
La Madre Naturaleza miró y suspiró. No podía creer que después de tanto esfuerzo por crear un paraíso, los seres terminaran por esconder tantos años de evolución. Tratando de no verse diferentes se destruyeron.
Y lo único que había que hacer era salirse de la caja. Por dentro, todos seguían siendo únicos.
Categorías: Adultos, Mujer, Salud en todas las Tallas
Escrito por Guadalupe Rozada
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