La Dietitis se contagia a los hijos
En mi post de la semana pasada “Cuidado con la Dietitis”, mencioné 10 síntomas para reconocer esta enfermedad. Hoy voy a escribir sobre el más peligroso: el contagio a nuestros hijos.
Las mujeres que somos mamás de niños pequeños crecimos en una época muy complicada. Durante nuestra adolescencia los trastornos de alimentación se hicieron famosos y, querámoslo o no, aceptémoslo o no, eso nos afectó. Nuestras mamás no crecieron así. Ellas no estaban estresadas por el cuerpo, la celulitis, el azúcar o el glutamato monosódico. Al menos no todas.
Pero nosotras sí. Nuestra adolescencia tuvo un par de mensajes opuestos muy poderosos:
- Termínate el plato porque aquí no se desperdicia nada (piensa en los niños de África).
- Ser flaca es lo máximo y se vale de todo para lograrlo (acuérdate de Kate Moss).
Es decir, por un lado debíamos comer bien, suficiente y limpiar el plato, y por el otro había que enflacar a toda costa. Obviamente los trastornos de alimentación se dispararon por los cielos.
Ahora, unas décadas después, estas mujeres confundidas con nuestra alimentación y desconectadas de nuestros cuerpos queremos educar a la siguiente generación en cómo “comer bien” y “mantenerse saludables” ¿no?
¿Cuál es el resultado? Mamás inseguras, estresadas, tratando de controlar hasta el último chícharo del plato… Caos absoluto.
¿Y los niños la pasan bien? Definitivamente no. Las cosas que oigo en consulta y que las mamás comparten en los Talleres son tristísimas.
Como dirían por ahí “uno como quiera, pero ¿y las criaturas?”. Nosotras ya crecimos, ya somos adultos y ya conocemos nuestro lugar en el mundo (un poco al menos). Pero nuestros hijos no. Están aprendiendo los mensajes que nosotras aprendimos, pero ¡a sus cuatro años! Y por si fuera poco, le estamos sumando el mensaje del peligro: hay alimentos que hacen daño.
Ejemplo: “Los dulces tienen azúcar que te hace daño. Mira a tu abuelito lo enfermo que está con su diabetes. Eso le pasó por comer muchos dulces.”
Y claro, el alimento prohibido de inmediato se vuelve más valioso. Una cosa que debería ser considerada igual de normal que otra se vuelve importantísima y deseada. (Como cuando tú adulto tienes papitas/helado/chocolate en casa pero “estás a dieta”. Piensas en eso TODO EL DÍA. A los niños les pasa igual, sólo que son demasiado pequeños para entender qué sucede).
Ejemplo: “Fuimos a una fiesta y mi niño comió tanto que vomitó todo el camino de regreso. No sabe medir cuánto comer. Tengo que limitarlo.”
Traducción: este niño se encontró con todas sus comidas favoritas (y tal vez prohibidas) y sin darse cuenta se desconectó de sus señales de saciedad y trató de comerse todo lo que pudo. Se quedó confundido porque la comida estaba rica pero su pancita no se sintió bien. Y su mamá no le explicó, lo regañó.
Con toda la intención de ayudar a nuestros hijos, les estamos haciendo un daño tremendo.
Antes de que te angusties y te sientes una mala madre quiero que sepas dos cosas:
Primera, esto nos pasa, en mayor o menor medida, a TODAS. Somos producto de una generación muy confundida y es difícil ser o pensar diferente que el resto.
Segunda, todo se puede corregir. ¿Cómo? Aprender primero nosotras para poder ayudar a nuestros hijos a:
- Ubicar sus señales de hambre y saciedad
- Quitar la clasificación de los alimentos de “bueno y malo”
- Distinguir las emociones que los hacen comer
Exploraré con más detalle cada uno de estos puntos en próximos posts, pero si no puedes esperar, inscríbete a mi Taller de Alimentación Plena en Familia. ¡Empezamos esta semana!
Categorías: Adultos, Crianza, Dieta, Mindful eating, Mujer, Niños, Nutrición
Escrito por Guadalupe Rozada
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