La moda de nuestra época y la alimentación de nuestro cuerpo
Me vi en el espejo hoy en la mañana. No estoy bien segura de qué pensar sobre él. Hasta antes de ser mamá lo conocía bien, se comportaba más o menos igual, lo veía en el espejo y sabía lo que encontraría. Pero ahora mi cuerpo se ve y se siente diferente. Y no es solo diferente de hace 3 años. Es diferente de la semana pasada. No deja de cambiar y tengo la falsa idea de que eventualmente se estará quieto.
Pero puede ser que mi cuerpo siempre haya estado cambiando y no lo había notado. Yo decía que mi cuerpo cambiaba cada 10 años. ¡Imagínate! Hacía una pausa para observarlo sólo en mi cumpleaños 20, 30…
Pero ahora cambia cada hora, cada día, cada semana. Y si lo pienso con lógica, es evidente que el cuerpo está cambiando todo el tiempo. Estamos cambiando, nutriendo y desechando, células mueren y otras nuevas toman su lugar, vamos envejeciendo cada instante. Es obvio que el cuerpo cambia. Si a esto le sumo que cada día es diferente, que hago cosas diferentes, que como cosas diferentes, y que mi nivel de estrés y de descanso son diferentes, entonces es irreal que yo espere que mi cuerpo se vea y se sienta igual. Pero así funciona mi mente: quiere que mi cuerpo se quede quieto y que no esté dando sorpresas.
Habitualmente estoy pensando en las cosas que hacemos (o no) al alimentar a nuestro cuerpo. Solemos creer que sólo se alimenta con comida, pero también nos alimentamos con nuestros pensamientos y emociones. Los estudios científicos ya demostraron que nuestro estado de ánimo, nuestras emociones y nuestro nivel de estrés afectan todo, desde la manera en que digerimos y usamos la energía de la comida hasta cuales genes se prenden o se apagan.
Así que hoy estoy pensando en las emociones y pensamientos que tenemos al vestir a nuestro cuerpo. Cuando estoy en la calle me fijo en otras personas. Trato de encontrar mujeres y hombres que se vean cómodos en su cuerpo y en su ropa, independientemente de su talla. ¿Y sabes qué? ¡Hay muy pocos! Todas las mujeres que veo en la calle van vestidas igual: apretadas, trepadas en tacones que no las dejan caminar bien, con ropa que las hace sentirse incómodas o preocupadas de cómo se ven. Tal vez se parezcan a los maniquíes de las tiendas pero estoy segura que lo primero que hacen llegando a casa es ponerse algo más cómodo.
Nos sorprende cuando les vendaban los pies a las niñas en China por belleza, o cuando se usaban los corsets tan apretados que las mujeres se desmayaban. Pero si nos fijamos bien, nosotros, hoy, también aceptamos un poco de tortura en nombre de la moda actual.
Ahora entiendo por qué muchas órdenes religiosas del mundo usan uniforme. ¡La idea es maravillosa! El atuendo es lo suficientemente flexible para que el cuerpo pueda subir, bajar, cambiar y estar cómodo. Y así la persona puede dedicar su atención a cosas más importantes.
Pero yo estoy en el otro grupo, el de los seguidores de la creatividad de quienes deciden cómo toca vestirse en la temporada. Y la verdad, cada día me gusta menos.
Tal vez no estás de acuerdo conmigo. Puede ser que tengas un estilo que te gusta y te acomoda a la perfección, y te felicito por ello. Pero tienes que estar de acuerdo conmigo en que poca gente lo tiene. Vamos a observar:
- Empieza con tu alrededor: mira a las personas caminando por la calle y piensa si esas personas caminarían o se sentarían de la misma manera si trajeran su piyama puesta. (Yo creo que la piyama es el estándar de comodidad, ¿o no?) Mira a las mujeres, a los hombres. ¿Quién de ellos se mueve tan cómodamente como si estuviera en piyama? ¿Quién camina como si estuviera flotando en sus pantuflas?
- Ahora observa a algunos niños. ¿Qué te parece? ¿Cómo se mueven? ¿Tan felices y cómodos como si trajeran piyama? Mejor, ¿no?
- Por último, obsérvate a ti. En este momento, sin cambiar tu posición, obsérvate. ¿Qué tan cómoda/o estás? (Claro que si estás leyendo esto en tu cama no cuenta.) Fíjate en tu cuerpo y pregúntale si le gusta la ropa que le pones.
Seguramente habrá ropa que le guste más a tu cuerpo y ropa que le guste menos. Y a ti habrá ropa que te guste más cómo se te ve y ropa que te guste menos. El problema es que muchas veces los gustos están peleados: tu cuerpo prefiere una cosa y tu mente te dice que debes verte de otra manera. Y recuerda que todos estos pensamientos te alimentan, te afectan, te intoxican.
Yo sigo soñando con encontrar una tienda donde los diseños estén pensados para cumplir ambas funciones: comodidad y belleza. Telas, cortes y tallas que queden bien en la mañana pero también después de comer, que me permitan jugar a las escondidas con mi hija debajo de la mesa y también verme profesional durante los Talleres, que no necesiten planchado y que no cuesten en dólares. ¿Llegará ese día?
Pero mientras encuentro ese paraíso del vestir, he decidido renunciar a la tortura a mi cuerpo. Quiero que mi cuerpo esté cómodo, tranquilo y feliz. Quiero que se sienta bien quieto y en movimiento. Quiero que se pueda parar, sentar y agachar sin tener que reacomodar la ropa en cada instante. Quiero dejar de pensar en qué traigo puesto y dedicar esos instantes a otra cosa. Quiero dejar de alimentar mi mente con un ideal de cómo debería verme y empezar a alimentarla con aceptación, amor y cuidado.
¿Y tú? ¿Cómo se llevan tu ropa y tu cuerpo? ¿Se aman? ¿Se odian? ¿Quién gana? Cuéntame qué observaste a tu alrededor y en ti, y qué piensas de esto.
Categorías: Adultos, Autocuidado, Mindfulness
Escrito por Guadalupe Rozada
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