Por qué desapareció mi amor por el refresco light y cómo volví a ser feliz

Durante muchos años tuve un pequeño ritual de apapacho para los días de calor.  Cuando llegaba a mi casa acalorada y con mucha sed, me dirigía al refri, sacaba mi latita de refresco light, escuchaba el chasquido al abrirla y le daba un delicioso trago. ¡Qué delicia! Dos segundos sagrados en donde sentía que todo el calor se disipaba, mi sed se calmaba y todo era bello y perfecto.

beber refresco con alimentacion plenaPero un día el sueño terminó. Mi querida amiga y colega Lilia Graue me puso a revisar mi pequeño ritual y me di cuenta que todo era una fantasía.

Hace un año tomé el taller semanal de Lilia “Nutriendo tu Vida con Atención Plena”. En una de las primeras sesiones nos dejó un ejercicio de tarea: debía poner mucha atención a mi cuerpo. Así que llegué a mi casa acalorada, abrí mi latita y me dispuse a observar con mucho cuidado qué pasaba en mi cuerpo. Yo pensaba que iba a notar cómo el refresco helado iba a calmar el calor, la sed iba a desaparecer, y cual anuncio de TV, se iba a dibujar una sonrisa de perfecta satisfacción en mi boca.

Error. Ni el calor, ni la sed, ni la sonrisa.

El contacto de mis labios con la lata fría fue delicioso. Pero al sentir el refresco en mi boca, saborearlo, notar las burbujas del gas y percibir su sabor, me di cuenta que en realidad nunca lo había probado bien. Me estaba tragando este líquido a toda velocidad porque disfrutaba sentir el frío en la boca, pero el sabor no era tan agradable como yo lo recordaba. ¡Y mucho menos cuando se iba calentando en mi boca!

Me angustié un poco. “¿Qué está pasando?”, pensé. Mi deliciosa latita no sabe tan deliciosa. Le di varios tragos más, ahora poniendo atención en mi cuerpo y en la sensación de sed que tenía. Pensé que podría notar cómo la sed se calmaba, y así perdonar al refresco por no saber tan rico como me lo imaginaba.

Pues no. La sed tampoco se calmó. Confieso que me empecé a sentir un poco frustrada. Mi ritual de apapacho estaba desapareciendo como un espejismo en el desierto. Me acerqué a verlo y no era lo que parecía.

Fui a tomarme un vaso de agua y observé que mi cuerpo lo agradeció. El sabor del agua en mi boca fue realmente refrescante y mi cuerpo de inmediato apagó la señal de sed.

Ese día comprobé lo poderosa que puede ser la mente, y lo importante que es observar al cuerpo también. Mi mente estaba convencida,  gracias a toda la publicidad, que esa bebida era la cosa más refrescante y deliciosa que había en el universo.

Pero al ponerle más atención vi que a mi cuerpo no le gustaba tanto, y que había ignorado su mensaje: ni me gusta su sabor ni me calma la sed.

Estuve unos días bastante desilusionada. Ese placer había muerto para mí, pero beber un “simple” vaso de agua no me hacía sentir en un spa.

disfrutando el agua con alimentacion plenaLo que me estaba faltando era sustituir mi ritual de apapacho por otra bebida que si cumpliera la función: que estuviera fría, que el contenedor para beberla estuviera frío también, que me hidratara de verdad,  y que pudiera beberla despacio.

Habiendo identificado esto, me resultó muy fácil encontrar varios sustitutos. Ahora tengo mi ritual de nuevo. Y lo disfruto todavía más porque mi cuerpo está de acuerdo.

Me encantaría que me escribas en los comentarios si a ti te ha pasado algo así. ¿Te has dado cuenta que algo que te gustaba mucho en realidad te cae mal o no te gusta? ¿Qué pasó? ¿Encontraste un sustituto?

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Escrito por Guadalupe Rozada


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