Qué hacer con tu cuerpo terminando este año
¿Qué piensas cuando llega diciembre? ¿Qué recuerdos vienen a tu mente cuando hueles el aroma de los pinos y de las mandarinas? ¿Qué sientes cuando el aire helado toca tu cara?
Mucha gente tiene recuerdos especiales sobre esta época del año. Casi todos se relacionan a estar en familia, preparar comida especial, escuchar villancicos, comprar regalos. Tal vez eres de las personas que sólo pensar en esto te hace feliz y te urge que termine noviembre para poder poner el arbolito.
A mí me trae recuerdos felices. El aroma de las guayabas me hace pensar en el ponche, en las posadas, las piñatas, los tamales, las luces de bengala y el frío. Me acuerdo de mis hermanos y yo esperando nerviosos que llegara Santa. Me acuerdo abriendo regalos en piyama tempranísimo con mis papás medio dormidos. Me acuerdo de la caja de chocolate Turín que mi abuelita le regalaba a cada nieto. Me acuerdo de las botas que bordó mi mamá con el nombre de cada uno.
Ahora veo esta época de otra manera. Ya no pienso en el arbolito, ni en los regalos ni en la comida. Las reuniones familiares ya no son tan grandes y con niños pequeños los horarios se hacen más flexibles. Cada vez voy a menos posadas y ahora nadie me pide que le pegue a la piñata.
Pero más que los eventos sociales y la comida, ahora disfruto esta época para hibernar. He descubierto que mi cuerpo se comporta diferente y desde hace algunos años le hago caso. Tal como hacen los osos, me quiero encerrar y no salir. No es que me ponga triste ni melancólica, sino que de manera natural mi cuerpo y mi mente tienen ganas de guardarse y asentar lo vivido. Como cuando estás cansada/o y no quieres ver a nadie durante un rato, así me pasa. Llego a diciembre saturada de todo el año, todas las cosas que pasaron, que viví, que escuché, que aprendí, que la regué. Necesito tomarme un rato para soltar el ritmo de trabajo, la rutina y los deberes de la vida diaria.
Antes no lo hacía. Llegaba la temporada y me lanzaba como una loca a cuanta fiesta me invitaran. El chiste era seguir acelerada hasta el último minuto del año. Y claro, el 1º de enero amanecía hecha pomada pero con grandes ilusiones y muchas promesas. No descansaba jamás. Ahora empiezo a soltar y me dejo llevar. Seguramente me reuniré con gente que hace tiempo que no veo. Seguramente habrá que cocinar cosas especiales y tal vez algún día amerite usar tacones. Pero también tendré mucho tiempo para estar, sólo estar, dar tiempo para que me alcance mi alma.
También trato de dejar las ideas y los proyectos que requieren más atención para el siguiente año. No hago cambios en el blog, no reacomodo mi casa, no me pongo creativa en la cocina ni me lanzo a escribir algo completamente nuevo. Me guardo, leo, respiro, camino despacio, bebo te, medito, oigo música y voy lento. Sé que mi cuerpo necesita este cambio de ritmo. Sé que necesita asimilar todo lo que ocurrió en el año y que, si lo hago, me sentiré descansada e ilusionada para empezar mil cosas nuevas el próximo año.
Así que este es mi último post de año. Me daré las siguientes semanas para estar con la Burbuja sin prisa, regar las plantas en piyama, pintarnos las uñas de todos los colores del universo y olvidarme de qué día de la semana es.
Haz un alto y escucha a tu cuerpo. ¿Qué necesita? ¿Silencio, compañía, abrazos, chocolate caliente, dormir? Dáselo. Ha sido un gran año, ciérralo con todo el amor y atención que necesites. Nos leemos el próximo año.
Con mucho cariño,
Lupita
Categorías: Adultos, Autocuidado, Descanso, Mindfulness
Escrito por Guadalupe Rozada
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